Pensaba en el agua, en que a veces está tan fría que no nos animamos a meternos, pero si por ese primer impacto no nos zambullimos, podemos perdernos la magia que es flotar en esa materia increíble que nos opone una resistencia agradable, distinta a la del aire, distinta a la del suelo.
Pensaba que a veces descontraer tiene algo de sumergirse en el agua, de caer, pero suavemente. De soltar pero sentir la contención. Solemos estar alertas, casi sin decidirlo; así está seteado nuestro sistema, así sobrevivimos. Y, por qué no decirlo, también es algo que seguimos alimentando a través de nuestros hábitos y costumbres.
No sé dónde estarás mientras leés, no sé qué día será, ni qué hora, pero levantá el mentón un poquito, dejá caer la cabeza hacia atrás, que la boca se entreabra; las manos se ensanchen, las piernas se descrucen, la espalda se sumerja en lo que la recibe. Flotemos por unos instantes en la vida.
¿Qué se ve? ¿Se ven los objetos y las cosas? ¿O es como si por unos instantes la vista también se relajase, y se viese menos definido? Y, en esa penumbra de lo más evidente, tuviésemos un pequeño avistaje de nuestra existencia.
Y al ratito emergemos, y sentimos cómo nos compactamos, la vista se enfoca, recuperamos una cierta eficiencia que nos permite vincularnos con el entorno, pero sabemos vos y yo, y varixs de nosotrxs, que está ese lugar, esa rendija en nuestra vida cotidiana por donde podemos sumergirnos a ese otro mundo que también nos compone.