Capacidad de atención

Julieta Wertheimer
Es mediodía y, aunque es miércoles, por un instante tuve la sensación de que era domingo. Esos domingos en que el día es largo, se anula el tiempo y sólo existe ese momento, cuando esperamos sin apuro a que el agua se caliente y disfrutamos cada mate mañanero a sorbo lento. Luego, un almuerzo más tardío, algún paseo al sol y después, al caer la noche, el cuerpo se va preparando para encarar la velocidad del lunes y el resto de la semana. Creo que me dio esa sensación porque noté que el barullo de fondo había cesado.

Hay una obra en construcción al lado de mi casa: a las ocho de la mañana empiezan con el taladro. Cuando la actividad ya está en marcha, puedo decir que no me molesta tanto, está ahí, como colchón sonoro. El inicio es lo peor y el final es el paraíso, un descanso para todo el cuerpo, como si el estado de alerta que no sabía que estaba activo, ahora pudiese tomarse un descanso. Se ve que pensé que era domingo cuando noté que la obra estaba en pausa.

Cuando hay un estímulo que se instala y pasa a estar de forma constante, nuestro cuerpo logra adaptarse, manda la información una, dos veces y después silencia esa vía de comunicación. Por ejemplo: al vestirte, sentís el contacto de la ropa sobre el cuerpo, tal vez la tela te moleste un rato, pero después dejás de percibirla, y sin embargo sigue estando sobre la piel. Cuando saludamos a alguien podemos sentir su perfume, pero después de compartir el mismo espacio por un par de minutos, si bien el aroma sigue en el ambiente, dejamos de percibirlo. Quiere decir que nuestro cerebro se adaptó a ese estímulo.

Con la capacidad de atención pasa algo parecido. Recibimos estímulos de afuera y de adentro. Del entorno, de nuestro organismo y de los propios pensamientos. El cerebro está acostumbrado a actuar saltando de una vía a la otra, activando y silenciando estímulos. Es lo que sabe hacer, y sabe que lo hace bien. Entonces, todo el tiempo busca alimentarse de estos estímulos.

Cuando proponemos aquietar los pensamientos y lo logramos, aunque sea por un instante, la sensación es como si fuese domingo. Nuestra mente realmente descansa. Y a su vez da la posibilidad de que surjan ideas, nos caiga la ficha sobre algo o logremos atar los cabos de otros asuntos que hayan quedado tapados por el constante barullo mental.

Una de las formas de lograr esto es concentrar todos los pensamientos en un solo objeto.
Hoy vamos a entrenar la concentración. La propuesta es comenzar por mantener la atención entre 3 y 5 minutos, sobre una imagen simple como esta:

Manteniendo el foco en esa imagen, si ves que la concentración persiste, probá cerrar los ojos y fijar la atención en esa imagen; si la perdés, abrí los ojos para volver a sostener el pensamiento sobre la imagen. De esta forma vas entrenando la mente como si fuera un músculo. Al principio necesitarás invertir más fuerza y energía para sostener la técnica, pero con el tiempo vas a poder hacerlo con menos esfuerzo y por más tiempo. Realizá este ejercicio todos los días, por lo menos durante una semana, para lograr percibir su actuación.