Siguiendo el hilo de la semana pasada, en donde Alex nos habló sobre el concepto – palabra es mantra-,  me quedé con la idea de que algunas palabras tienen peso propio. ¿Qué tal si prestamos más atención a cómo las usamos? Hay palabras en el uso cotidiano que están teñidas con un carga que no siempre acompaña a lo que estamos diciendo. Por ejemplo, la expresión «valió la pena». La mayoría de las veces no hubo pena sufrida para conseguir aquello que queríamos, más bien muchas veces disfrutamos del proceso. O el uso que solemos darle a la palabra -trabajo-  como algo tedioso y con connotación no tan positiva, insinuando que si es trabajo, entonces no agrada. Pensaba que esto mismo pasa a veces con el concepto disciplina, el cual queda asociado al deber, a algo impuesto y rígido.

 

Te propongo empezar a mirar con otros lentes. Veamos en estos últimos ejemplos: probar cambiar la expresión – valió la pena – por: valió el esfuerzo, valió la paciencia, valió el tiempo invertido o simplemente, ¡lo vale!

Lo mismo con la disciplina. Empezar a verla como una elección, una determinación profunda a realizar lo que nos propongamos. Ya sea mejorar en algo, sostener un hábito, ser consistente y no desistir frente a los desafíos o desalientos si en verdad es algo que queremos. Y a su vez, decidir hasta dónde seguir o cuándo permitirnos cambiar de determinación si la anterior nos quedó desactualizada. Incluso no castigarnos si un día no podemos sostener aquello que nos propusimos. Darnos margen, disfrutar de lo que dio origen a ese momentáneo desvío del plan trazado y, al día siguiente, retomarlo sin demasiado rollo.

 

Tengamos la disciplina como aliada, como sostén para mantener nuestro norte. Pero sabiendo que esa disciplina es elegida y que contamos con ella para desarrollarnos, para potenciarnos y construir hacia lo que queremos.