Según el Diccionario de la lengua española, de la R.A.E., “sutil” significa delicado, tenue, agudo, perspicaz e ingenioso. Proviene del término latín subtilis, traducible como fino, delicado e ingenioso. Está formado por sub, por debajo, y telis, tela. Se refería al hilo más delgado de la tela, que va por debajo del tejido y queda oculto detrás de los demás hilos.

Lo sutil tiene implícito un aporte de conciencia sobre la acción o cosa a la que se refiere. Una persona sutil actúa con precisión y discreción, poniendo mucha atención y conciencia en sus acciones, y de esa forma obtiene mejores resultados en la calidad de sus relaciones humanas.

Cuando decimos que alguien es sutil, significa que actúa y opina con cuidado, de manera casi imperceptible, con elegancia, cautela y delicadeza. Eso se aplica para lo que hace y para cómo se expresa y piensa, sea con el afán de hacer el bien o no.

Esta definición tiene mucho que ver con lo que entendemos hoy por sutil. Algo o alguien sutil nunca es descuidado, grosero, torpe o inconsciente.

 

En lo comportamental, que es nuestro foco de trabajo, ser sutil implica ser delicado, atento, cuidadoso, suave, gentil. Aplicando el máximo de conciencia a todo lo que hacemos. Es moverse como un gato más que como un perro al caminar, tocar, hablar e incluso mirar. Podemos decir que la sutileza es parte de la buena educación. De ahí rescato un dicho que suelo escuchar del Prof. DeRose: ‘se puede decir cualquier cosa, siempre que sea con cariño y sutileza’.

Veamos el caso en una empresa. Cuando un superior es agresivo, está confesando su incapacidad para liderar y resolver. Quien lidera a través del miedo no cautiva la admiración, el afecto ni el respeto de nadie. Eso significa, por ejemplo, que solo va a ser obedecido mientras esté presente. Por el contrario, quien desenvuelve la sutileza de hablar con suavidad y tratar bien a todos, incluso cuando se cometen errores, si un día habla un poquito más serio bastará para que todos lo respeten.

Seguramente conoces personas que viven enojadas con todo el mundo, a las que nadie hace caso. También debes conocer otras que siempre son delicadas y, si un día reprenden a alguien, aunque sea sutilmente, harán que el reprendido se sienta mal ya que no quería ofender al líder.

Cultivemos la sutileza. Vivimos rodeados de personas y la forma en que nos relacionamos con los otros incidirá en la respuesta del entorno.

Estando fuera de casa, tenemos muchas oportunidades de entrenar la sutileza. Dando permiso (evitando atropellar), saludando, ignorando malos comportamientos. Hacer esto con extraños es relativamente fácil. Pero en la intimidad suele ser más difícil. Pareciera que, a mayor grado de intimidad, menos derecho tiene la persona de recibir nuestros cuidados.

En casa, con nuestros seres queridos, es cuando menos cuidadosos y sutiles somos. Como si ese cariño e intimidad nos dieran el derecho de comportarnos como cavernícolas. Por ejemplo, cuando tu mamá, hermano o pareja están en una habitación, ¿pedís permiso al entrar, con la intención de no incomodar? Es importante desarrollar la sutileza de percibir a la otra persona y respetar su espacio vital, teniendo en cuenta su sensibilidad, evitando atropellarla.

Otro ejemplo es descubrir y cuidar sus preferencias buscando adaptar las nuestras, siempre que esto no violente la propia libertad.

Prestemos atención, porque las faltas de sutileza pueden diluir la complicidad necesaria para alcanzar un objetivo compartido, que es disfrutar la presencia del otro sin renunciar a la propia intimidad.

Nunca nadie perdió nada por ser sutil, cordial y simpático, ni por ayudar a los demás. Ser cuidadosos no compromete el respeto, al contrario.

Una anécdota verídica y divertida: durante un banquete oficial celebrado en Inglaterra con la asistencia de personalidades de todo el mundo, el jefe de protocolo observó cómo uno de los «ilustres» invitados se metía un salero de oro en el bolsillo. Al no saber qué hacer en aquella situación, se dirigió al primer ministro, que era Winston Churchill, quien dijo que él resolvería ese «pequeño incidente». Fue a la mesa más próxima, se metió otro salero de oro en el bolsillo y se acercó al «personaje» que había robado. Le dijo al oído, mostrándole el contenido de su bolsillo: «El jefe de protocolo nos ha visto guardarnos el salero en el bolsillo. Será mejor que lo devolvamos». De esta manera Churchill resolvió un problema que pudo ser gravísimo.

Como conclusión rescato que ser sutil, lejos de ser una debilidad, es una gran herramienta para mejorar la calidad de vida propia y de las personas que tenemos cerca.